
La lucha de un grupo de periodistas mexicanos por el derecho a la información
Discurso de la periodista mexicana Marcela Turati
ante la conferencia anual de Reporteros y Editores de Investigación
(IRE, por sus siglas en inglés)
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En el 2006 el presidente Felipe Calderón comenzó
la ‘guerra a las drogas’, en parte con financiamiento de Estados Unidos.
Nuestro país se convirtió en un campo de batalla. El puso soldados y
policías federales en las calles, supuestamente para luchar contra los
carteles de la droga, lo cual dio origen a una guerra irregular que ha
causado por lo menos setenta mil víctimas de homicidio y más de veinte
mil personas desaparecidas. Hay crímenes no resueltos cuya envergadura
no hemos podido concebir todavía.Periodistas de muchas regiones del
país se han visto atrapados en medio del conflicto. Y, debido a la falta
de investigación de los asesinatos por parte de las autoridades, sigue
siendo difícil de entender quién está realmente detrás de esos crímenes.
Nosotros,
los periodistas mexicanos, nos hemos convertido en corresponsales de
guerra en nuestro propio país. En mi caso, por ejemplo, yo empecé como
un reportero que cubría los temas de la pobreza, y de un día para otro
me vi de pronto cubriendo masacres de jóvenes, documentando pueblos
fantasmas abandonados después de una serie de asesinatos, o programas
sociales para niños convertidos en huérfanos a causa de la violencia. Un
día llegué a tener delante de mí una fila de 30 mujeres con fotos de
sus hijos desaparecidos, a la espera de contarme sus historias. He
dedicado gran parte de mi trabajo como reportero investigativo en Proceso a desentrañar la verdad que se esconde detrás de algunos de estos episodios y a documentar las víctimas de la guerra.
Nosotros
los periodistas no estábamos preparados para la violencia. De pronto,
allí estábamos, empujados en medio del caos, en mitad de una guerra que
no era sobre el narcotráfico, como nos habían dicho, sino por el control
de territorios. Una guerra para ver quién se quedaría con la tierra en
la que se cultivan los narcóticos, las rutas del tráfico y los puntos de
venta de las drogas en el país. Para ver quién controlaría el negocio,
quién pondría impuestos a los vendedores, quién designaría al alcalde,
el próximo jefe de policía y el director de las prisiones.
Y, en
una situación como ésta, es claramente esencial tener el control de la
prensa, que nadie haga preguntas. Para garantizar el control de la
población.
Periodistas de a Pie
Otros
periodistas y yo fundamos una organización llamada Periodistas de a Pie
para entrenar a periodistas que cubren temas relacionados con la
pobreza. No obstante, tuvimos que cambiar pronto el enfoque para
responder a la crisis. Llevamos a cabo talleres sobre cómo sobrevivir
una tarea, cómo entender al narcotraficante, cómo entrevistar a un niño
que haya sobrevivido una masacre, cómo continuar reportando sin perder
la alegría de vivir.
Antes de que pudiéramos darnos cuenta,
estábamos en un centro de crisis. A cualquier hora del día, incluso
durante las tensas horas de entrega del periódico, recibíamos llamadas
de colegas en zonas remotas, buscando desesperadamente ayuda porque
sabían que había sicarios que los andaban buscando y necesitaban
refugio. O pedidos de apoyo psicológico para reporteros que no querían
regresar al trabajo después de un suceso traumatizante, como un incendio
o un ataque a su oficina.
En esta guerra territorial, los
periodistas nos hemos convertido en víctimas. Porque, a diferencia de
las guerras tradicionales, en México los periodistas no mueren en un
fuego cruzado, de una bala perdida, o por caminar en un campo minado. En
México, los asesinos cazan a los periodistas, los sacan a rastras de
sus oficinas y sus casas, los interceptan en la calle.
En México, los reporteros, quienes se supone que den las noticias, se han convertido ellos mismos en noticia.
En
los últimos 10 años, al menos 17 periodistas han desaparecido y 72 han
sido asesinados. Ninguno de esos casos ha sido resuelto.
Uno de
ellos es el de Regina Martínez, la valiente reportera que expuso la
corrupción política y el crimen organizado en el estado de Veracruz.
Ella trabajaba para la revista Proceso, lo
mismo que yo. Hace un año fue estrangulada en su propia casa. El
gobierno local, que podría estar implicado en el asesinato, decidió sin
pruebas creíbles que el asesinato era resultado de un robo, y metieron
en la cárcel a un joven. Él alega que lo obligaron a confesar haber
cometido el crimen bajo tortura.
Lo mismo que en los otros
asesinatos de periodistas, las autoridades judiciales no consideraron su
labor periodística como una posible causa de su muerte. Lo mismo que en
los otros asesinatos, ellos culparon a la periodista por su propia
muerte, y trataron de cuestionar su integridad. Días después de su
muerte, otros dos periodistas fueron asesinatos junto a un tercero que
había dejado la profesión recientemente por miedo.
Estos asesinatos tuvieron el efecto deseado. Silenciaron a los demás.
Vista de los “narcoabogados”
Por
lo menos 17 periodistas huyeron del estado, algunos de ellos pagados
por el gobierno estatal para que se fueran y regresaran después de las
elecciones. Algunos abandonaron la profesión en un intento de salvar sus
vidas. Otros de ellos están cortando césped o vendiendo tacos en
Estados Unidos, o dependen de la solidaridad de sus amigos para su
sustento mientras esperan que se lleve a los tribunales su caso de
asilo. Otros trabajan como vendedores callejeros o de lo que puedan en
Ciudad México, tratando de rehacer sus vidas. Aterrorizados, sin un
centavo, deshechos.
La situación en diferente en diversas regiones de México.
En
algunas áreas, los traficantes de drogas les dejan videos o mensajes, y
llaman a los periodistas a que reporten sobre ellos. En otras zonas,
las advertencias siempre vienen acompañadas de violencia, y los
periodistas que publican información alguna que moleste a cierto grupo
son detenidos y torturados, y su piel marcada, para mostrarles que no
les darán una segunda oportunidad. En algunas áreas, se obliga a los
periodistas a asistir a conferencias de prensa con el jefe del cartel
local, quien les dicta la línea editorial, diciéndoles qué información
deben cubrir y cuál deben ignorar. Generalmente, ellos les dan
instrucciones, los vigilan, y les pagan un sueldo. La redacción de los
periódicos también es infiltrada. Quien se rehúse tiene que cambiar de
trabajo o empezar una nueva vida en otro lugar.
En lugares como
Ciudad México, los visitan los llamados “narcoabogados”, quienes les
dicen qué información irritó a sus clientes.
En esta guerra
territorial, los medios de prensa son un blanco; ellos reciben llamadas
telefónicas intimidantes, les lanzan bombas, les tiran con armas
pesadas. Ha habido casos en que empleados (no siempre periodistas) han
sido tomados como rehenes para obligar a la publicación de algo que
favorece a cierto grupo. A algunas redacciones les han prendido fuego
con los periodistas dentro, escribiendo.
Algunos estados se han
convertido en zonas de silencio. Y el silencio se ha extendido. Estamos
perdiendo el contacto con regiones que son ahora territorio prohibido
para todos, en las que ya no sabemos algo tan rudimentario como cuántas
personas son asesinadas cada día. Sólo de vez en cuando, cuando ocurre
una masacre (que es tan espectacular que no se puede tapar, como la de
72 inmigrantes) o cuando un poblado entero huye de sus hogares; sólo
entonces podemos tener una idea de lo que está pasando, sólo entonces
podemos hacernos una idea de lo que se está ocultando.
Uno de los
estados más peligrosos para los periodistas está a sólo doscientos
sesenta kilómetros de aquí, menos de tres horas en la autopista, del
otro lado de la frontera, donde se ha impuesto el silencio.
En
estados como Tamaulipas tienen lugar muchos episodios que hielan la
sangre, sobre los cuales podría escribir cualquier corresponsal de
guerra. Durante meses, pasajeros en los ómnibus públicos han sido
obligados a bajarse y, en ese mismo lugar, reclutados a la fuerza,
convertidos en esclavos o muertos y enterrados. Solamente sus maletas
llegan a las terminales de ómnibus. Nadie dijo nada hasta que se
encontraron tumbas que contenían casi doscientos cadáveres.
Miles de cadáveres
En
lugares como éste, y en varias partes de las tierras fronterizas, la
gente ‘desaparece’, junto con sus autos o sus camiones. Algunos eran
mexicanos en camino a McAllen o Laredo, de compras o de visita. Algunos
eran estadounidenses que visitaban a parientes en México.
Recuerdo
cuando fui a Matamoros, fronteriza con Brownsville, a cubrir el
descubrimiento de esta fosa común. Se decía que había miles de
cadáveres, pero no terminaron de excavarla. Cientos de familias
angustiadas llegaron de todas partes del país, todos en busca de un hijo
o una hija que había desaparecido.
Una mujer que esperaba para
ver si alguno de los cadáveres era el de su hijo, se enteró de que yo
era periodista. Ella empezó a hablar furiosa.
“¿Por qué están
ustedes, los reporteros, viniendo acá ahora?”, dijo. “Durante meses
hemos dicho que la gente desaparecía en esta autopista, pero nadie nos
hizo caso. Era como si habláramos desde el fondo del mar”.
Esa frase suya, hablar desde el fondo del mar, resume perfectamente la situación que vive esa zona perdida, donde el Dallas Morning News reportó
que ocho periodistas habían desaparecido, algo que nosotros los
mexicanos no sabíamos. Y donde se han descubierto campos de
entrenamiento para los sicarios, algunos de ellos adolescentes de
Laredo, Texas, que dejaron la secundaria para convertirse en asesinos en
el lado mexicano de la frontera.
En esta área llena de tumbas
escondidas, repletas de cadáveres, se asesina a ciudadanos todos los
días. Hasta el cruce de la frontera está controlado por los
narcotraficantes, quienes secuestran a los que no pagan y deciden quién
pasa y quién muere. Muchos periodistas trataron de llamar la atención
sobre el tema hasta que fueron silenciados. Algunos viven con una
pistola en la cabeza. Otros se van huyendo, con sólo sus llaves en el
bolsillo, a comenzar de nuevo. Hasta que la noche los cubre. Cuánto
pueden hacer depende de dónde viven.
Desesperados, los ciudadanos
han tratado de asumir el papel de periodistas. Recuerdo ese video
filmado por un ciudadano común y corriente que salió a la calle a grabar
con su teléfono celular la destrucción de la batalla del día antes, de
los tiroteos que según las autoridades nunca ocurren. Ellos usan redes
sociales o establecen blogs, como por ejemplo ‘Valor por Tamaulipas’,
donde publican reportes ciudadanos sobre encuentros armados que los
medios de prensa tienen prohibido cubrir. Estos sitios web no duran
mucho. Los carteles de la droga ponen precio a las cabezas de sus
administradores.
La violencia se extiende
El
gobierno está además interesado en eliminar estas fuentes de
información, porque contradicen la posición oficial de que todo anda
bien.
Yo conozco a un periodista que fue a Tamaulipas a reportar
sobre la situación. En la plaza principal, frente al edificio del
gobierno, fue rodeado por un convoy de vans que llevaban el logo del
cartel local en sus placas. El reportero y el camarógrafo fueron
secuestrados y torturados, y les advirtieron de que dejaran de hacer
preguntas. En esta área, la tierra se tragó a Zane Plemmons, un joven
periodista independiente de San Antonio que salió de su hotel a tomar
fotografías y nunca regresó.
Y un reportero mexicano que llevaba
anónimamente un blog ciudadano, diciendo dónde había tiroteos y
publicando quejas, fue decapitado, y su cadáver fue encontrado con una
nota que amenazaba a todos los que usaran redes sociales. ¿Cómo se puede
decir que el periodismo es posible en un lugar como éste?
La
violencia ha alcanzado incluso a Ciudad de México. Un ejemplo es la
revista donde trabajo, la cual fue fundada hace cuatro décadas y todavía
es considerada la avanzada del periodismo investigativo de hoy en día.
Proceso es uno de los medios de prensa que
más agresiones ha sufrido. No solamente asesinaron a Regina Martínez.
Cuatro periodistas han sido forzados a irse, algunos fuera del país,
otros de una ciudad a otra. En lo que va de año, cuatro han sido
amenazados y algunos de ellos han pedido ayuda a través de un mecanismo
gubernamental creado recientemente para la protección de los
periodistas. Ya veremos si funciona.
Proceso no es el peor caso; existen otros.
A
principios de la década pasada, la organización para el entrenamiento
de los periodistas que surgió gracias al apoyo de Reporteros y Editores
de Investigación (IRE, por sus siglas en inglés) se vio obligada a
ocuparse de las crisis de ese período. En estos últimos años, tal vez
involuntariamente, nuestra organización también se ha centrado en
ocuparse de estas crisis.
De ser periodistas activos, sin saber
bien cómo, nos convertimos en defensores de los derechos humanos. Hemos
organizado marchas para exigir el fin de la impunidad, y justicia para
nuestros colegas, así como subastas y colectas en apoyo a los
periodistas que han tenido que huir de sus hogares. Apoyamos a otros
periodistas locales, ayudándolos a hacerse más fuertes, a organizarse
ellos mismos y a desarrollar sus propias técnicas para lidiar con
emergencias.
No estamos de acuerdo en que la única manera en que
el gobierno y algunas organizaciones internacionales puedan lidiar con
estas crisis sea sacando a los periodistas del territorio donde viven.
Porque de esa manera los silenciadores ganan el juego. La batalla que
enfrentamos no es sólo por la libertad de expresión. Es por el derecho
de las personas a la información,
Centinelas firmes
En
un panorama como éste, el periodismo investigativo ha claudicado. Los
periodistas no son ya los centinelas de la democracia, como nos
definíamos antes. En muchas áreas, el centinela está encadenado,
amordazado, carece de permiso para ladrar. Es un animal abusado que ha
aprendido a no ladrar cuando se acerca el enemigo. Es un perro
domesticado por gobernadores que han comprado su silencio. Es un perro
obligado a hacer la vista gorda ante las violaciones de la ley.
No obstante, incluso en algunos de los peores lugares, existen algunos
pocos centinelas firmes y aislados que todavía luchan por defender a los
dueños de la casa que ellos protegen, que todavía se resisten a la
correa. Existen esfuerzos individuales, verdaderos héroes, quienes
arriesgan sus vidas con cada artículo que escriben.
No todas las
partes de México han llegado a ese punto extremo, pero el silencio se
extiende. No sólo por medio de la violencia, sino de medios más
sofisticados, como la amenaza de encarcelamiento. O usando enormes
líneas de presupuesto gubernamental para la publicidad con objeto de
llenar los medios de prensa con propaganda, o pagar por publicidad, o
eliminándola, como recompensa o castigo. O comprando a los dueños y
gerentes de los medios de prensa.
El recién electo presidente de
México ha insistido en “hablar bien” de México. En este momento, los
políticos y el crimen organizado comparten el mismo objetivo: ‘que no se
caliente la plaza’, que no se les calienten las áreas que ellos
controlan.
Los asesinatos y desapariciones de periodistas no se
dan al azar. Los blancos son a menudo los principales reporteros
investigativos, o los reporteros centinelas más importantes. Parece que
son cuidadosamente seleccionados para enviar un poderoso mensaje y
silenciar a una región en vez de a un individuo.
Ramón Angeles
Zalpa es un ejemplo: expuso la extracción de recursos naturales, de
minas y bosques por el crimen organizado en Michoacán. Nunca se le vio
de nuevo. María Esther Aguilar Casimbe publicó sobre la captura de un
alcalde traficante, un policía torturador y la confiscación de un envío.
Cualquiera de estas tres historias podría ser la causa de su
desaparición. Alfredo Jiménez Mota comenzó la lista. Un joven periodista
valiente y experimentado, que investigaba a un capo local. Mota salió a
hacer una entrevista y no se le vio más.
Aunque tenemos nuevas
leyes que nos permiten acceder a la información pública, el periodismo
investigativo se hace más y más difícil. Todos los días el periodismo
está bajo amenaza.
Hay preguntas que nadie hace. En 1976, el IRE
hizo un gran esfuerzo por averiguar sobre el asesinato por traficantes
de su cofundador Don Bolles. No se puede vivir con este asesinato, se
hicieron grandes esfuerzos investigativos porque era uno de los
nuestros. Del otro lado de la frontera matan periodistas como moscas.
Algunos de ellos son jóvenes que soñaron ser periodistas investigativos.
Otros eran reporteros diestros que murieron mientras investigaban
historias.
No nos ignoren
Armando
Rodríguez “El Choco” fue un miembro del proyecto IRE México y habló en
sus conferencias. Era el reportero que contaba las muertes diarias en El Diario de Juárez. Lo mataron cuando llevaba a su hija a la escuela.
Esos
son sus colegas, nuestros colegas, miembros de nuestra familia de
reporteros investigativos. Quiero pedirles que no nos ignoren. Este
problema, y estas técnicas que mencioné no se detienen en la frontera.
Reconozco
que algunos periodistas estadounidenses han hecho grandes esfuerzos.
Muchos de los principales diarios estadounidenses cubrieron la violencia
en Juárez; en realidad casi todos los periódicos del mundo enviaron a
alguien allí. Estos son temas que salieron a la luz gracias al trabajo
de los reporteros o corresponsales investigativos de EEUU, como la
operación Rápido y Furioso, que nos indignó tanto. O la publicación de
bases de datos con hasta 25,000 nombres de personas que desaparecieron
bajo el pasado gobierno.
Pero con el pasar del tiempo, todas estas
masacres, todas estas tumbas colectivas, todos los cadáveres, todos los
desaparecidos, dejan de ser tan noticiosos. Como afirma en un libro
Lise Olsen, debido a razones económicas y la violencia los medios de
comunicación han despedido a muchos reporteros que cubren la frontera,
algunos de ellos con experiencia y buena información, o eliminado sus
corresponsalías.en la parte de EEUU.
Todos los periódicos
importantes de la región han eliminado oficinas y recortado su
cobertura. En California, el mayor periódico del área de la frontera, el
San Diego Union, tenía un equipo de cinco
personas para el tema de la frontera a fines de la década de 1990.
Solamente una persona quedaba para cubrir Tijuana en el 2012. Los Angeles Times
tiene un solo reportero de frontera, aunque él trabaja con un equipo de
dos en Ciudad México. El Arizona Republic también ha perdido personal
de frontera. En Texas, The Dallas Morning News antes enviaba cinco personas a Ciudad México; ahora queda una. The Houston Chronicle y The Express-News (…)
ubicados a 150 y 300 millas, respectivamente, de México en auto, tenía
antes tres reporteros de frontera y uno en Ciudad México. Solamente una
de esas plazas quedaba en el 2013.
Muchos periódicos grandes y
pequeños de Estados Unidos ya no permiten a sus reporteros cruzar la
frontera para cubrir alguna historia. Compañías de medios de prensa
radicadas tanto en EEUU como en Ciudad México han reducido su cobertura
binacional. Muchas veces, reporteros como ustedes nos preguntan: ¿cómo
podemos ayudarlos a ustedes? Podríamos decir: recaudando fondos,
ofreciendo asilo, creando conciencia. Pero lo que pedimos a los miembros
de IRE es que hagan su trabajo aquí. Que ustedes investiguen las redes
del tráfico en su propio país. Que hablen de este problema que
compartimos.
No es sólo el tráfico de armas lo que incrementa la
cifra de muertos en nuestro país. Son también los funcionarios corruptos
del gobierno de EEUU, vendedores de droga y pandillas estadounidenses, y
negociantes sucios y lavadores de dinero de EEUU. Porque algunos
líderes de carteles y asesinos son ciudadanos de EEUU. Muchos otros
viven aquí, y tienen propiedades aquí.
Carteles en EEUU
No
les pedimos nada que no sea de interés para ustedes mismos. Pero, como
amigos suyos, necesitamos que vean que tienen que enfrentar este
problema como de ustedes. Preguntarse a sí mismos, quién es mi vecino.
Quién controla los estados vecinos. Porque compartimos tres mil
kilómetros de frontera. Porque, como ustedes han reportado, los carteles
mexicanos están presentes en las de 200 ciudades, y siguen creciendo.
Además, hagan el esfuerzo por que sus periódicos cubran historias sobre
cómo la política mexicana cuesta vidas o fuerza a los periodistas y a
otros a exiliarse. Muchos de los que son forzados a huir están aquí –
aquí mismo en Texas – y están incluidos en la creciente lista de los que
han pedido asilo.
A mí me hubiera gustado haber venido aquí a
hablarles sobre un panorama diferente. Decirles lo fructíferos que
fueron los cursos y conferencias que el proyecto mexicano de IRE (con
Lise Olsen a la cabeza) organizó en Ciudad México en los años noventa, y
en los dos encuentros binacionales en Tijuana y Ciudad Juárez. O lo
empoderadas que están las redacciones que durante esos años invirtieron
en capacitación a su gente.
¿Qué más queda si rafaguean tres veces a un diario como El Siglo de Torreón, aun cuando cuenta con protección federal? ¿O si matan editores y lanzan una granada que hiere a periodistas a un diario como El Mañana de Nuevo Laredo, en Tamaulipas? ¿Qué niveles de violencia vivió El Diario de Juárez,
con dos reporteros asesinados, para escribir una editorial que pregunta
a los capos de la droga que controlan la ciudad cuáles son sus reglas,
evidenciando que no es el gobierno federal el que controla la mayor
ciudad fronteriza?
El combate por controlar la información se
libra en este mismo momento. Y vemos también que no todo está perdido,
que se hay muestras importantes de valentía. El semanario Zeta,
de Tijuana, por ejemplo, mensualmente nos indica las cifras correctas
de asesinados cuando la información oficial no es creíble. O RíoDoce reporta desde el estado donde nacieron la mayoría de los capos de la droga y tienen a sus familias.
Policías = narcos
Ha
habido también esfuerzos de periodistas fronterizos que han abierto
portales de noticias desde el lado tejano, bajo otro nombre, para
publicar sin ser detectados. O esfuerzos de editores que se pusieron de
acuerdo en publicar una misma nota cuando presionan a alguien del grupo.
O colaboración entre reporteros y corresponsales extranjeros, para que
la información prohibida en México se divulgue desde otro país. Conozco a
varios que están escribiendo a escondidas un libro, esperando que las
condiciones cambien y puedan publicarlo.
También hemos organizado
nuestras propias redes, como la que les he contado, para crear
condiciones de autocuidado y protección al ver que estamos entre varios
fuegos: el de las empresas que no responden por sus reporteros, el del
gobierno y el del crimen organizado.
Llevo en el alma atorada una
historia que me contó un reportero. La repito mucho, quizás ya la
escucharon, pero no puedo dejar de repetirla.
Una noche recibió
una llamada en la que le avisaban que un escuadrón de hombres armados
había sacado de su casa al colega y amigo con el que él cubría
información policiaca. Se levantó, se vistió, se despidió de su esposa,
besó a sus hijos y se sentó en la sala a esperar a que fueran por él.
Esa fue la noche más larga de su vida.
-¿Por qué no huiste?, le pregunté sorprendida.
-¿A
dónde podía correr?, respondió. Mi único deseo era que no entraran a mi
casa y me atraparan frente a mi familia. No quería que mi familia se
quedara con esa imagen.
Él sobrevivió y puede contarlo, pero su
amigo apareció al siguiente día, muerto, tirado en la calle, como si
fuera basura. En la ciudad donde vive, los policías son los narcos.
Ahora torturan
Tengo
otra que no olvido. Me la contó una colega que atendió un llamado de
periodistas de Veracruz. Ella preguntó a uno del grupo en qué podían
ayudarlo. El le dijo: Tráeme una pistola.
Ella quedó estupefacta. ¿Una pistola?
-Sí, no es para matarlos a ellos, es para matarme por si vienen por mí, porque ya no sólo matan, ahora torturan.
Cuando
pienso en estas historias me pregunto cuántos periodistas estarán
sintiendo esa misma soledad cada noche, sin saber a quién llamar,
resignados al hecho de que ser asesinado es un riesgo laboral.
Entonces,
la pregunta sobre qué podemos hacer toma otro sentido. Muchas cosas.
Podría recomendarles que hagan muchas cosas, pero lo que tiene que
hacerse es periodismo, porque eso somos: periodistas. Necesitamos
desnudar el negocio, las redes de tráfico de armas y de droga, las
autoridades corruptas, dar seguimiento en los juicios para develar las
piezas del rompecabezas donde quedaron las personas desaparecidas, qué
gobernador financió su campaña con dinero del narcotráfico. Seguir el
narcodinero. Esa información está aquí.
¿Qué pueden hacer para ayudarnos? Un amigo del semanario RíoDoce
me lo dijo de esta manera: “Están aislando a los que seguimos cubriendo
la violencia. No nos abandonen”. Eso mismo les digo a ustedes.
Como el periodista polaco Ryszard Kapuscinski escribió un día: “En la lucha contra el silencio, está en juego la vida humana”.